Muchas listas se han hecho, se siguen haciendo, y se harán, de esto y de lo otro. Esta que va a continuación es tan válida -o inválida- como todas las demás.
Aquí vamos a hablar de los escaladores que dejaron huella en la carrera de la verdad, la ronda gala, el Tour de Francia. No se froten los ojos si observan ausencias injustificables. Aquí vamos a intentar mencionar a escaladores puros, esto es, dejaremos fuera a corredores completos que podían ganar -o arrasar- en cualquier terreno.
Hablamos de una genuina estirpe que dejó su huella en la memoria colectiva de los distintos pasos por Pirineos y Alpes en unos y otros tiempos y con distintos formatos para el recuerdo según la tecnología iba avanzando. Unos se llevaron más gloria que otros en forma de triunfos parciales y finales, pero todos, a su manera, dejaron recuerdo sobre las rampas de los colosos galos.
Hablamos de ciclistas que se habían dejado minutos -o minutadas- antes de llegar a su terreno, en cuanto se empinaba la carretera. Ahí llegaba la segunda parte de la historia, y estos bravos y finos grimpeurs tratarían -y en varios casos conseguirían- de darle la vuelta a la tortilla en gestas para el recuerdo.
El orden de la lista es cronológico, intentando recoger todas las épocas, luego ya cada uno elija su listado de favoritos entre ellos.
Nos encontramos en la década de los 30, llevamos ya dos décadas desde que la ronda gala incluye las temibles cuestas que incluye su geografía como prueba y castigo añadido para los forzados de la ruta que tienen el coraje y los medios para acudir a tan selecta y distinguida cita. Ya hace dos décadas que Octave Lapize ha coronado el Tourmalet, pero hasta el año 33 no se incluye oficialmente el Premio de la Montaña o al mejor escalador. Y es la Pulga de Torrelavega el primer ciclista en ganar esta distinción. Lógicamente no lo podemos obviar en nuestra lista.
Casi es la mejor definición de escalador que aquí toca. Muy flojo en demás terrenos; llano, descensos, en fin, cualquier otra faceta del ciclismo. Sin embargo, un estilo único y una pasmosa facilidad en la escalada es lo que definía a este ciclista. Ya había dejado sus pinceladas en las dos primeras ediciones a las que acude, pero es en el año 33 cuando muestra todo su potencial. Corrió solo, sin equipo ni más ganancia que la obtenida por pasar el primero por esa línea que marcaba el fin del sufrimiento desde que la carretera se empinaba. Dulce sufrimiento para Vicente.
Su apodo se lo adjudicó el mismísimo Desgrange, el cual quedó fascinado por el de Torrelavega. Las malas lenguas indican que el Premio de la Montaña se introdujo únicamente pensando en él… Y Vicente aceptó gustosamente el ofrecimiento. Pasó en cabeza la mayoría de los puertos de esa edición, así se hacía menos penosa y se obtenía contraprestación a los gastos que él mismo tenía que sufragar para acudir a la ronda gala. Ballon d´Alsace, Galibier -récord incluido-, Vars, Peyresourde, Aspin, Tourmalet, Aubisque… Todos esos nombres que ahora y ya entonces suenan a misticismo, fueron conquistados por el de Torrelavega, aupándose con merecimiento y holgura en adueñarse de esa clasificación del Premio de la Montaña. Eso sí, no venció en ninguna de esas etapas. Hasta la cima era lo suyo, después… En esa época tras coronar las cimas, luego tocaba remar… Y eso no era lo suyo. Lo suyo era volar en cuanto la carretera se ponía cuesta arriba.
Existe una anécdota -o no tan anécdota- que encumbra a Vicente como vencedor moral de esa carrera. En esta edición se hace algo de manga ancha -ahora no existen calificativos para indicar lo que se hace- a la hora de la eliminación por fuera de control. Bien, si esa manga ancha no hubiera llegado a producirse, Vicente Trueba habría sido el vencedor de la carrera, según nos cuentan los registros de la época. Además de gran escalador, vencedor moral; ¿Quién da más?.
La organización del Tour le otorgó la medalla a título póstumo en 2005, y desde aquí nuestro pequeño homenaje.
Comenzamos con el de Ponte A Ema. Si bien dejó su huella en más ocasiones en su país, no estuvo en absoluto ausente en la ronda gala. Obtuvo dos triunfos en la carrera, con la curiosidad de estar separados por la terrible Segunda Guerra Mundial y el paréntesis que ello supuso para la ronda gala y demás carreras. 1938. Su primera victoria. Tras el abandono del año anterior debido a una caída en los Alpes cuando iba de amarillo, este año Gino renunciaba a disputar la carrera de casa -lo que era una señora renuncia en aquellos tiempos y siendo Italia- para disputar la ronda gala con mayores garantías. Coronó en primer lugar la mayoría de los célebres colosos alpinos y pirenaicos, pero el belga Verbaecke le salió respondón en los Pirineos. Se viste de líder con su triunfo en Luchon. Tocaba esperar a los Alpes. Allí dejaría su huella camino de la mítica Briançon, en los pasos de Allos, Vars e Izoard, marchando imperial y sentenciando la ronda gala a su favor. General, dos etapa y lógicamente, maillot de la montaña. Así se resarcía del mal sabor de boca del año anterior, y dejaba la pica italiana puesta en la ronda gala.
Una década tendría que transcurrir para ver de nuevo a Bartali por la ronda gala. En esta carrera el transalpino tiranizó todas las etapas de montaña, y si bien, como en su triunfo del 38, tras el paso por Pirineos seguía de líder un jovenzuelo francés llamado Louison Bobet, nuevamente en los Alpes sentenciaría la carrera, venciendo con cerca de media hora de diferencia sobre el segundo clasificado, doblando la diferencia obtenida una década atrás. Nada menos que 7 etapas y montaña acompañaban al triunfo final.
En años posteriores, pese a no ser el máximo protagonista, brillo arrancado a la fuerza por su compatriota Coppi, Bartali estuvo muy presente, dando toda la guerra que pudo camino de Pinerolo por detrás de Un uomo solo é al comando o en la icónica imagen de la ascensión al Galibier con su líder forzoso y archirrival con el juego de la botella o el huevo y la gallina.
Del luxemburgués hasta nuestro Federico Martín Bahamontes no duda en deshacerse en elogios -siempre por detrás de él, por supuesto-. También, como en el caso anterior, dejó más mítica en Italia, pero su paso por la ronda gala fue de todo menos testimonial. Un buen ramillete de etapas y clasificaciones de la montaña adornan su palmarés en el Tour. Pero su momento cumbre fue en la edición de 1958. Vamos saltando de década en década, casualidades de la vida.
En esta edición el Ángel de las montañas también supo vencer a las agujas del reloj. Se impone en las 3, si bien la primera se disputa con su elemento favorito, lluvia, y la segunda es una cronoescalada al Mont Ventoux. El otro gran escalador, Bahamontes, se adjudica varias etapas de montaña, pero no pinta nada en la general, y a punto estuvo de ocurrirle lo mismo al bueno de Charly cuando, tras avería y caída, se deja más de 10 minutos camino de Gap. En estos tiempos nada del malentendido Fair-Play, los rivales sacan los cuchillos cuando y donde sea menester.
Pero el luxemburgués no había dicho su última palabra. Otra vez su aliado meteorológico hace acto de presencia en la última jornada alpina. No lo duda dos veces, y en cuanto la carretera se pone cuesta arriba, en el col de Luitel, lanza su ataque. Corona en solitario puerto tras puerto aumentando las ventajas, llegando en solitario a Aix les Bains y sacando una minutada al líder Geminiani. No obstante, no es líder todavía, por escasos segundos, ventaja que logra contrarrestar en la última contrarreloj al italiano Vito Favero. Una vez más, la imagen de los colosos montañosos unidos a las inclemencias del tiempo daban como resultado a un Charly Gaul como mítico vencedor.
Qué decir del Águila de Toledo que no se haya dicho y escrito ya. Elegido varias veces y en varias épocas como el mejor escalador de todos los tiempos, 6 veces vencedor del premio de la montaña, un buen número de etapas, y eso que en esa época muchas etapas acababan bastante lejos de la última cima montañosa, cosa que no le beneficiaba en absoluto a Bahamontes, y un triunfo en la ronda gala el año posterior al triunfo anteriormente comentado de Gaul.
Esta edición ni siquiera Monsieur Crono pudo con el Águila, que pudo así conquistar su único triunfo final en una Gran Vuelta, puestos a elegir, cuál mejor que la ronda gala. Pero Federico no destacó en el palmarés, lo suyo fueron las luchas contra las rampas, dejándose minutadas por doquier en los descensos o en cualquier otro terreno, regalándonos un sinfín de anécdotas e imágenes tan descacharrantes como rocambolescas. En fin, genio y figura , el término “curroromerismo” bien podría llevar el nombre del toledano, méritos suficientes hizo.
De su más que longeva carrera -me recuerda a un murciano en ese sentido-, el belga coleccionó triunfos de etapa por doquier en todas las grandes, se llevó maillots de la montaña en Italia, e igualó, que es lo que aquí importa, el récord de victorias en el premio de la montaña de Bahamontes, con seis entorchados. Cuando la montaña la disputaban los grandes. Nada menos que 9 triunfos de etapa en la ronda gala adornan su palmarés, y aparte de su victoria en 1976, siempre estuvo en podio o muy cerca, en una decena de ocasiones.
Una anécdota es el hecho de que el belga fue el primero en conquistar el maillot de lunares que hoy todos conocemos, pues hasta el año 1975 no existía el ahora mítico distintivo. Se batió con corredores desde Merckx y Ocaña hasta Delgado, Arroyo y Fignon, pasando por sus duelos con Thevenet o Zoetemelk. Dejó mística en muchas ocasiones, como el ataque que al final quedó en nada -con caída o atropello incluida- camino de Alpe D´Huez, cuando durante buenos instantes parecía que le daba la vuelta al Tour con un Thevenet contra las cuerdas. Era su intento de revalidar victoria en la ronda gala.
Ya hablamos de imágenes a color, los tiempos cambian y la tecnología avanza. En 1976 llegó la gloria para el belga que, curiosamente, ese año no venció en el premio de la montaña -por un punto-. No creo que le importara demasiado. Este año tuvo un gran duelo con Joop Zoetemelk, que sentenció camino de St Lary. Ya en Alpe D´Huez, pese a ganar su rival, se puso de líder, pero su distancia sobre el holandés era un suspiro, literalmente. Y la cosa no cambió hasta la mencionada etapa, en la que Luis Ocaña, ya desahuciado en la general, encendió la mecha -se transitaba por Menté, sobran comentarios- y según cuenta la leyenda, un principiante -aunque con los mismos cojones de siempre- Napoleón Guimard casi tuvo que obligar al belga a sumarse a esa cabalgada en la que, en principio, no se jugaba mucho. Pero Zoetemelk y los demás rivales no pudieron seguirle, contactó con el gigante de Priego, y cabalgaron durante buena parte de la etapa en armonía, para finalmente vencer en solitario y sentenciar la carrera, obteniendo más de 3 minutos de ventaja sobre el segundo clasificado, su rival Zoetemelk . Esa diferencia ya no lograría enjugarla el holandés, y Lucien Van Impe, por primera vez, llegaba a Paris con el preciado maillot jaune. Más que justo premio para una grandiosa carrera longeva y fructífera de un escalador puro.
El jardinerito de Fusagasugá, el Lucho Herrera fue el rey de los escarabajos que aterrizaron en los años 80 en el panorama ciclista. Hablábamos de un panorama más internacional, en el que ya se habían dejado notar Norteamericanos y Australianos, rompiendo la tiranía que quedaba únicamente confiada a la Europa Occidental. En el Tour anterior Patrocinio Jiménez y la horda de escarabajos dirigidos por el inolvidable Luis Ocaña ya había dejado su impronta en la ronda gala.
Sin embargo, la consagración definitiva del ciclismo colombiano llegó de la mano de Lucho Herrera. Su primera victoria con el equipo de Colombia nada más y nada menos que en el icónico Alpe D´Huez en el 84 fue una explosión de júbilo en los siempre apasionados seguidores compatriotas. También fue el primer colombiano en conseguir vencer una gran vuelta, aunque esta no toca aquí. Antes de esto ya se había impuesto hasta en tres ocasiones en el RCN colombiano, carrera que durante los 80 tomaron partida los Hinault, Fignon y Mottet, entre los más destacados.
Ganó el maillot de la montaña en las tres grandes vueltas, por duplicado aquí en la ronda gala. La edición posterior, la del 85 obtuvo dos victorias parciales, pero una especie de pacto o de sumisión ante Hinault deslució algo su carrera, en la que se llevó el primer maillot de la montaña, y un 7º puesto en la clasificación general. Las expectativas iban aumentando.
No hablemos ya de la edición del Tour de 1987, cuando además se presentaba como vigente vencedor de la Vuelta a España. Una edición sin Hinault ni Lemond, muchas miradas estaban depositadas en el Jardinerito. El recorrido era muy montañoso, pero también tenía muchos -demasiados- kilómetros de lucha en solitario contra las agujas del reloj. Herrera llegó muy distanciado de los primeros puestos. Pero en cuanto se empinó la carretera, el colombiano dio un recital tras otro en los Pirineos, reduciendo mucho la desventaja. Y tras la cronoescalada al Ventoux, segundo tras un magistral Bernard, se situaba 5º a 8 minutos del líder quedando todos los Alpes por delante. Quien más quien menos ya empezaba a tenerle muy muy presente como claro candidato. En la primera etapa se le adelantaron Delgado y Roche, y en la siguiente, en la ascensión a ADH, hubo una bella pugna entre Herrera y Delgado turnándose en la primera posición a cada revuelta. Finalmente el segoviano se vestía de amarillo, pero Herrera se colocaba a 5 minutos y con las dos etapas reinas por delante.
Sin embargo, cuando más se esperaba de él, se vino abajo. No se hundió, pero sí perdió esa chispa, algo que dejó la sensación de atragantarse con la acumulación de esfuerzos, sobre todo en una carrera tan caníbal como fue esa. Terminó 5º finalemente en la general, con maillot de la montaña incluido, pero las ilusiones de algo más se vinieron abajo.
Al año siguiente se presentaba como flamante vencedor del RCN colombiano -por enésima vez- y del Criterium de Dauphine Libere. Sus números no podían ser mejores, y otra vez se encontraba entre los elegidos por los periodistas y expertos como uno de los máximos favoritos a llevarse la carrera. Sin embargo, posiblemente al llegar ya muy pasado por tantos días de competición tan cercanos a la ronda gala, no dio su mejor cara y se tuvo que conformar con un 6º puesto sin brillo.
Siguió obteniendo victorias de prestigio, pero sus mejores tiempos en la ronda gala quedaron atrás. Muy pronto desapareció de los favoritos a las grandes victorias, a una edad insólitamente temprana.
No obstante, dejó su impronta, ese subir medio atrancado y sin ponerse casi nunca de pie, tan contrario a los escaladores europeos tradicionales, pero que en cuanto ponía su ritmo, dicho por todos los favoritos -escaladores incluidos- de su época, seguirle era un suicidio para cualquiera que lo intentara. Un ciclista que fue mucho más grande y grato en el recuerdo que las victorias y puestos que cosechó, y que fue el estandarte de un ciclismo que, desde él, vino para quedarse.
Qué comentar que no se haya comentado del icono de nuestro deporte allá a finales de la década de los 80. Intentaré ser lo más breve posible… Ciertamente no era un corredor que se dejara hasta el apellido en la lucha contra el crono, salvo un par de años desastrosos -85/86-, incluso venció alguna, pero sin duda, su terreno era la montaña. Puede que fuera menos espectacular que otros escaladores que hemos mencionado anteriormente, pero el segoviano fue un ciclista muy regular y constante. Con los años…
Primera participación. 1983, a la ronda gala no quería acudir ningún equipo español, ni el TEKA presente la edición anterior, ni el ZOR. Únicamente un joven Echávarri acompañado por uno de la tierra, Francis Lafargue -que haría un poco de todas las labores-, un tanto osado o soñador, se decidió por acudir a la cita. El segoviano no era nadie en el ciclismo internacional, buen escalador, poco más. Así quedó patente en las primeras etapas, dejándose hasta el apellido antes de llegar a la montaña. Pero ahí nació una estrella . Encadenó uno tras otro segundos puestos, la victoria se le mostró muy escurridiza, pero dejó momentos históricos, como su descenso del Perisur. Sobresalió en esa primera jornada montañosa, y de ahí en adelante fue un pequeño ciclón hasta quedarse 2º a un pírrico minuto del también desconocido líder, un joven parisino de nombre Laurent. La regularidad llega con los años… Cuando parecía que podría realizar el asalto final al liderato, con las cámaras y una cobertura mediática ha tiempo no vista por Francia por nuestros medios, el segoviano se hunde y pierde hasta los calzoncillos camino de Morzine.
En todo caso, pese a ese día fatídico, la experiencia no podía ser mejor. …En Francia no se comen a nadie… esa expresión tantas veces escuchada, era una realidad.
En esos inicios brilló más como escalador, y en su siguiente ronda gala volvió a realizar una grandísima carrera, hasta que su irregularidad le hundió. Otra vez en los Alpes, camino de Alpe D´Huez, cuando llegaba a su terreno muy bien posicionado, se deja una minutada en meta. Adiós otra vez a sus opciones. Para colmo, tras una buena ascensión a La Plagne, en el descenso de Joux-Plane, esa fatídica caída y rotura de clavícula le deja fuera.
Necesitó dos años oscuros fuera de la estructura del Reynolds para volver como un ciclista regular y capaz de todo. Eso sí, en esos dos años nos dejó sus primeros triunfos parciales, entre la niebla en Luz Ardiden, en una persecución frenética por parte de Herrera y una de las páginas históricas con Lemond y Roche destacados de un malherido Hinault. El siguiente triunfo fue también en los Pirineos, acompañando en una cabalgada lejana a Hinault y venciendo en la meta de Pau.
El de 1987 es para muchos su Tour más completo, pero 40 segundos le apartaron del triunfo. Mejoró con respecto al bienio negro en cuanto a la lucha contra el crono, y posiblemente vimos a un Delgado menos espectacular cuesta arriba, pero era de los mejores, y lo más importante, esos altibajos desaparecieron. Esa constancia y carácter fondista le dieron resultado, enfundándose la prenda amarilla en la mítica ascensión a Alpe D´Húez. Otra mítica llegada fue la siguiente, a La Plagne con un Delgado que no podía ni con sus muelas en esos últimos 3 km de ascensión y la pantomima de un inteligente Roche. Cuando los más jóvenes pensábamos que eso estaba ganador ya, viendo al irlandés tumbado con la mascarilla de oxígeno, 24 horas bastaron para desengañarnos. No pudo ser, camino de Morzine incluso se dejó unos segundos con Roche en el descenso temido por el segoviano del Joux-Plane. La última contrarreloj confirmaban que habría que esperar a otro año.
Y así fue, en el 88 se presentaba como uno de los principales favoritos, carrera con muchas ausencias, que el segoviano supo agarrar por los cuernos. Vimos al Delgado completo del año anterior, y no estuvo exento de momentos memorables, como su escapada a dúo con Roos camino de ADH, su victoria aplastante en la cronoescalada a Villard de Lans y sus memorables hachazos en Guzet Neige, Luz Ardiden y Puy de Dome -en la última ascensión profesional al volcán del Macizo Central-. Por fin llegaba el premio. Segovia y España entera estaban de fiesta…
…Y seguíamos de fiesta al año siguiente, con triunfo en la Vuelta incluido, hasta que su hazaña de Luxemburgo nos devolvió al segoviano de los años irregulares. Pero aquí no había irregularidad, era una cagada en toda regla. Ese año, no obstante, nos regaló una jornada memorable camino de Luchon Superbagneres, con Millar -uno de los mejores escaladores de la década- y Mottet. Ese día todos soñamos con la épica, pero no pudo ser. Un Delgado bueno pero no súper en los Alpes no pudo asaltar la ansiada prenda amarilla y tuvo que conformarse con acompañar en el podio a un hundido Fignon y un exultante a la par que incrédulo Lemond.
Hasta aquí llegaron los mejores tiempos del segoviano en la ronda gala, su carrera. Mostró una regularidad pasmosa en la misma, siempre en puestos delanteros, pero su cosecha de triunfos parciales y su ausencia de triunfos en el maillot de la montaña deslucieron un poco su palmarés. El segoviano se centró exclusivamente en la general, de eso no cabe la menor duda.
Ya habíamos entrado en la modernidad en nuestro deporte, las audiencias eran grandiosas -el segoviano puso un buen bloque de arena en ello-, y otro ciclismo se iba respirando. Cada vez menos mítico y más sofisticado y medido.
No podía faltar aquí el bueno de Claudio.
Bien es cierto que no venció ninguna GV, como también fue el caso del Lucho Herrera, pero creo que es de justicia incluirle aquí. Hay otros corredores que tienen más premios de la montaña, y más etapas, pero no del calibre y calado histórico que nuestro amigo Chiappucci .
Venció dos veces el premio de la montaña tanto en la ronda gala como en el Giro, pero aquí estamos a lo que estamos. Su primera irrupción en la ronda gala fue en una escapada bidón en la primera etapa del tour del 90. Un desconocidísimo Chiappucci se escapaba con Bauer, Pensec y compañía y obtenían una suculenta diferencia sobre los grandes favoritos. Se fueron alternando en el liderato los mencionados hasta que le tocó el turno a Claudio al resistir más de lo esperado en la cronoescalada de Villard de Lans. Había pasado ya los Alpes con nota y la diferencia era suculenta. Las campanas sonaban por Italia, aunque tímidamente todavía.
Poco duraba la alegría, ya que a la etapa siguiente, una buena encerrona preparaba Z y Lemond y Claudio se dejaba la mayor parte de su renta en aquella jornada presuntamente intrascendente, por recorrido desde luego. Lo más destacable de esa edición fue cuando camino de Luz Ardiden, con Claudio con una ventaja todavía sustancial -más de dos minutos sobre Lemond-, decide en una de sus benditas locuras, atacar en las primeras rampas del primer puerto del dia, el Col d´Aspin.
Cuando todos esperábamos que se defendiera como pudiera para mantener la mayor parte de la ventaja obtenida, el italiano no se lo pensaba y hacía bueno eso de …la mejor defensa es un buen ataque… 2 minutos obtenía de ventaja en la cima del Tourmalet, y el propio Lemond tuvo que atacar y mover la carrera cuando veía que se le iba. Más de 1 minuto seguía conservando no obstante el italiano en la cima del segundo puerto, el mítico Tourmalet. Hasta ahí duró la ilusión, ya en Luz Ardiden fue alcanzado por Lemond y finalmente, aún manteniendo el maillot jaune, perdió una ventaja que ya sería definitiva para que el Americano pudiera darle la vuelta en la última contrarreloj.
Desafortunademente, perdía el maillot justo el último día, pero a todos los aficionados nos había dejado boquiabiertos con su lección de coraje y osadía. Este joven prometía.
En la edición del 91 asistimos a una de esas etapas míticas, que se pueden contar con los dedos de la mano, entre los que no llegamos a ver a los mitos y comenzamos a ver esto en la segunda mitad de los 80. La etapa de Val Louron. No vamos a desglosar esta mítica etapa, pero sí que vamos a resaltar en su justa medida el papel de Claudio. Ya se une al movimiento de su compatriota Bugno en el Aubisque, pero posteriormente, cuando llegaban las imágenes, no vimos a otro hombre tirar del grupo cabecero en toda la subida al Tourmalet. Siempre Claudio. Ante su alto ritmo se produjo cerca de la cima una de esas míticas imágenes, con Lemond perdiendo comba en esas últimas curvas del coloso alpino, en sus rampas más exigentes.
Tras la fuga de Miguel en el descenso del Tourmalet, es nuevamente Chiappucci el inconformista que se mueve y llega a un acuerdo de colaboración con Indurain que duró hasta la meta. Siempre que vemos imágenes de esa etapa tenemos su semblante, nunca escatimó relevos, siguiendo con ese carácter noble y guerrero. Y tuvo la recompensa del triunfo de etapa. Finalmente en Paris volvió a subir al podio y se llevó etapa y maillot de la montaña.
Pero indudablemente su mayor gesta llegaría en la siguiente edición. Se mostró más combativo que nunca -y ya es decir- en ese Tour europeo del 92. Toda la primera semana y en todo tipo de terrenos vimos su estampa en primera persona, atacando y en algunos casos, obteniendo rentas. Pero la locura para un país llegó en cuanto asistimos a otra de esas míticas etapas.
Sestriere vió una de las mayores gestas, aunque si el premio del maillot jaune, que hemos presenciado a nivel individual los que, repito, no vimos a los Hinault, Ocaña, Merckx, etc… En directo.
Y eso que todo comenzó de una forma casual. En las rampas finales del primer puerto de la jornada, el Col de Saisies, se produce la típica lucha por los puntos para una clasificación de la montaña que Claudio encabezaba, y cómo no, el italiano se mete en la refriega. Hasta aquí lo normal, pero es que luego, junto a varios de los que habían disputado esos puntos, se decide a tirar hacia delante quedando más de 200 km para meta y una pléyade de colosos alpinos, Cormet de Roselend, el temible e interminable Iseran, Mont Cenis y el terreno mortal hasta llegar a Sestriere.
Da igual, comenzaba otra bendita locura. La cuestión es que el italiano no cejaba en su empeño, y las diferencias iban aumentando… Hasta que ya en Mont Cenis se sitúa como líder virtual. Más de 5 minutos endosa a los Indurain y Bugno y las diferencias no han parado de aumentar. Logra poner muy nervioso a su compatriota Bugno que intenta la machada, pero Indurain está muy pendiente de él y no logra irse. Se forma un cuarteto en su persecución y las diferencias descienden considerablemente, parece que no va a dar fruto la osadía. Pero increíblemente, Claudio se sobrepuso a la persecución, al interminable falso llano, al ataque de Miguel -posteriormente apajarado- y llegó en vencedor a la meta en su país, un país completamente volcado con Claudio desde ese día. El noviazgo con Gianni duró hasta aquí, y Claudio arrebató con este golpe magistral el cariño de todos sus compatriotas.
Es una de las más bellas imágenes que muchos, yo desde luego, hemos podido presenciar. Las multitudes en las cunetas, los tifosi enloquecidos animando a un corredor que lograba una gesta con sabor añejo. Ese día bien vale por alguna GV, ya lo creo.
En posteriores ediciones ya bajó el nivel de Claudio, pero creo que siendo protagonista principal en dos de las mejores etapas de montaña que hemos presenciado en los últimos lustros, era de justicia que estuviera aquí.
El otro protagonista viene a continuación.
¡En pie todos!. Si anteriormente, en el caso de su compatriota y compañero de equipo hemos hablado de balones de baloncesto por… Aquí, a eso se le suma un mayúsculo don para esto de la escalada.
Hablamos del último héroe, del último escalador a la vieja usanza, incontrolable, temible. Al que únicamente el infortunio y las sanciones le apartaron de ser todavía más mítico.
Los que no vimos a Gaul, Coppi, Bartali, Bahamontes y compañía, tenemos el consuelo de haber disfrutado del de Cesenatico.
Como buen italiano, comenzó a hacerse fama y dejó sus mejores gestas en su país, pero en la ronda gala estuvo muy presente. Curiosidades de la vida, el mejor escalador que hemos visto , no se llevó nunca el maillot de lunares rojos. Aquí comenzaba el drama que llevamos viendo desde hace lustros, cuando corredores vulgares se hacen con esa prenda otrora preciadísima.
Andábamos por el 94 cuando un Marco que salta al estrellato de una forma contundente en el recién finalizado Giro pone pie en Francia por primera vez. Como buen escalador, cuando llega la montaña ya lleva un mundo perdido. Pero no tiene más que llegar el primer puerto de entidad en la ronda gala y Marco ataca. Únicamente una de las mejores versiones que hemos visto de Indurain cuesta arriba y un siempre irregular pero con destellos geniales Leblanc le alcanzan y se queda sin victoria parcial. Lo mismo le sucede al día siguiente camino de Luz Ardiden, la etapa se la lleva un Richard Virenque que amasó todos esos maillot de lunares que no disputó Marco, pero que casi nunca estuvo a la altura del italiano como escalador.
Había recortado ventaja y más recortó en los Alpes, logrando in extremis colarse en el podio en la última cronoescalada, en detrimento del mencionado anteriormente Virenque. Se quedaba Pantani sin etapa, pero finalizaba su primera ronda gala ya en el podio, con récord de ascensión a Alpe D´Huez por medio, ese día voló Marco.
A partir de aquí, entramos ya en el apartado desgracias varias del italiano. Caídas, más caídas, y perderse muchas carreras. Aún así, mermado de condiciones se presentó el 95, y pese a ello rascó un par de etapas -ADH entre ellas-.
Tras su segundo y gran calvario, cuando ya casi todos pensábamos que no volvería el mejor Marco, se presentó nuevamente de manera precaria en la ronda gala de 1997. Aún así, con altibajos, nos dejó una de las mejores ascensiones al Alpe D´Huez que yo haya presenciado, ese combate con Jan Ullrich, con el que se vería en más de una ocasión. El alemán se llevó la victoria en Paris, pero Marco volvía a llevarse dos etapas y se metía finalmente en el podio.
Volvía la ilusión.
Y ya el 98 fue su año grande. Sin desgracias, caídas, gatos, infortunios varios acechándole, pudo al fin tener una pretemporada tranquila. Y los frutos no tardaron en llegar.
En el 98 se presenta en Francia como flamante vencedor del Giro. Una vez conseguido su gran sueño de pequeño, llega relajado y sin presión a la ronda gala. Alguna etapa, un buen papel, bueno… Ya veremos.
Con cinco minutos de desventaja con Ullrich se presenta al llegar a su terreno. Menos de lo que solía en otras ediciones, pero se antoja demasiada pérdida ante el Pánzer de Rostock con otra CRI por delante y en una edición no demasiado montañosa. La primera sensación mala de Ullrich llega en Plateau de Beille. No es el del año pasado, se deja ya dos minutos y ya son únicamente tres la desventaja del italiano. Llegamos a los Alpes. En esta edición vamos a presenciar dos de las jornadas mágicas con las que todos soñamos y una de bochorno. Mejor recordar lo primero.
Les Deux Alpes. Jornada de perros, lluvia, y Su Majestad el Galibier por medio. Por la vertiente dura. Tras varios escarceos de distintos corredores, y con un timorato Pantani hasta el momento, presenciamos una de las mejores arrancadas de un escalador, derrapaba literalmente en las curvas del mojado asfalto del Galibier, en esos durísimos últimos km de ascensión metió nada menos que 3 minutos a un cada vez menos Pánzer Ullrich. Lo peor para el alemán vendría después. A todo esto, Marco, sin prisas, se pone el chaleco para afrontar el descenso, un descenso en el que contó con la ayuda inestimable del KELME. Además Jan pincha. Todo son problemas para un alemán que entra hundido en meta.
En la última y suave ascensión, los estragos de la meteorología y la dureza de la etapa hacen de esa subida mucho más de lo presumible, Marco no tarda mucho en irse solo y ampliar de forma escandalosa las diferencias. Ídolo también en Francia, etapa, liderato, y fotografía para el recuerdo.
La etapa siguiente dio de sí el ataque de orgullo de un Ullrich ya desahuciado en la general, pero al que únicamente es capaz de responder Pantani. Llegan solos destacados a meta. Alea jacta est. Por primera y única vez vencería la ronda gala con todos los honores. Doblete para la historia -el último hasta estos momentos- y consagración.
Pero poco duraría la estabilidad en la carrera de Marco, tras superar la tasa de hematocrito en el Giro nos quedamos sin su participación en la ronda gala. Un infierno con varias caras atravesó el italiano que se presenta nuevamente en Francia en la edición del 2000.
Aquí Armstrong lo vapulea en Hautacam, le hiere en su orgullo con el regalo del Ventoux, y a partir de ahí volvimos a ver al Pirata. Vence con contundencia en Courchevel y protagoniza uno de esos días que no llegó a ser. Camino de Morzine, Marco no se conforma con podio o buen puesto. Doble o Nada. Ataca desde las primeras rampas, y pese a estar medianamente controlado, fue uno de los pocos días que vimos con la compostura completamente perdida por parte de Lance Armstrong. Venga a hablar con el coche, nervios… Y finalmente, Marco se marcha a casa -su último clavo- y el tejano paga todos esos nervios en el Joux-Plane.
Cualquier otro se hubiera contentado, tras ese infierno vivido, con un par de etapas -o tres- y un buen puesto en Francia. Pero Marco, para lo bueno y para lo malo, era diferente y único.
Tras él se ha hecho el vacío en cuanto a grandes escaladores. Muchos han venido después de Marco Pantani, pero ninguno ha llegado ni de lejos a su altura.
Pero hay que completar esta lista, y no podemos dejar en el absoluto vacío todo lo que llevamos de siglo. Sería incompleto e injusto. Poco duró en el ciclismo de élite este luxemburgués, pero sus prestaciones merecen ser atendidas. Ya con 23 años obtiene la clasificación al mejor joven, y no hay que esperar más que un año para que Andy nos muestre su potencial. En el 2009 únicamente un soberbio Contador puede con él. Pero Andy ya deja claro que a la mínima que baje el de Pinto ahí estará para acecharle. Mal contrarrelojista, tiene cierta ventaja en los recorridos de estos últimos lustros, que no penalizan tanto a los escaladores a base de recortar kilómetros de lucha contra las agujas del reloj. Ya lo hubieran querido para sí tantos otros nombres, al igual que bastantes integrantes de esta lista de los que ya hemos hecho mención.
En 2010 llega su victoria en la ronda gala. Vence dos etapas y se muestra como el mejor escalador, a la par con Alberto Contador. Su triunfo es amargo, puesto que no es plato de gusto para ningún ciclista -o casi ninguno- el obtener el maillot en diferido. Pero así es y en su palmarés así cuenta.
2011 fue su desmelene. Tras unos insulsos Pirineos, y ya distanciado y con una contrarreloj pendiente, Andy no se lo piensa y protagoniza una cabalgada ya extraña en estos tiempos, que le da como vencedor de etapa en una cima tan mítica como el Galibier. Pone en jaque la carrera desde su ataque en el no menos mítico Izoard, y llega a obtener una sustancial diferencia solo contra el grupo trasero en ese terreno duro e interminable de falso llano hasta las rampas del Galibier. Provoca el hundimiento de Alberto Contador, y sólo un orgulloso y corajudo Evans -a la postre vencedor- puede recortar parte de esa desventaja en la línea de meta. También fue coprotagonista en la siguiente jornada, camino de Alpe d´Huez, aunque en este caso en un papel más secundario, eso bien pudo costarle un triunfo más.
Aquellos Alpes de hace una década es lo que más nos puede acercar en estos últimos tiempos a la mítica de tiempos pasados, en un ciclismo nada dado a épica, salvo en momentos muy puntuales, con todo muy medido y escuadras inexpugnables.
FUENTE: High-Cycling.com